jueves, 5 de noviembre de 2020

 

Y si Dios sufriera de Alzheimer. Por Juan Carlos viera.

Si por una extraña razón que desconociéramos, por un tenue hastío que se va anidando en su mente, Dios estuviera ya cansado de todo. El universal, el absoluto, ese viejo de barba blanca que fundó y que sostiene el universo entre sus manos se le fueran olvidando las cosas, lentamente sus recuerdos se le fueran borrando. Supongamos que fuera cierto como decían las abuelas: “arriba de Dios no vive nadie.” Y si mezcláramos ese nuevo panteísmo que esboza que Dios es la naturaleza, con las viejas ideas del idealismo subjetivo de Berkeley que sostiene que “solo existe Dios” o más preciso: “que fuera de la mente de Dios no existe nada”. Esas son las inquietudes que me asaltan por estos días de auto confinamiento.  Presumamos que siguiéramos este enredado silogismo.  Si todo Es Dios o mejor la naturaleza es Divina y si la naturaleza está enferma. Por consecuencia concluiríamos que el mismo Dios esta indispuesto. Si todos los seres humanos que existen o que han existido habitamos únicamente o exclusivamente la mente Divina. Conociendo la condición humana, si es verdad que todos somos creados a semejanza suya. Concluiríamos al final que Dios está mal de la cabeza.

Las oraciones estériles de las monjas y sacerdotes le parecerían a Dios como dolorosas migrañas. Se mostraría el señor aturdido, confuso, irritable. Alzaría su voz en forma de tormentas eléctricas y su llanto se derramaría en inundaciones. Estaría la mayoría de las veces confundido, con su mirada perdida en otros universos. Sería una terrible paradoja que durante veinte siglos la humanidad que le dio la espalda a sus acciones se viera ahora en este tiempo, el hombre destinado a su olvido. Y si volviera a empezar… pensaba. Arrancar de nuevo… Una voz extraña en su interior (uno que decía ser su hijo le reclamaba). No señor es que ya no recuerdas el quilombo del diluvio.  Ya estaba muy viejo para esas travesuras. Y si les doy otra oportunidad… susurro. Ni hablar Yo no voy a volver a bajar allá a perder el tiempo. La idea de otros planetas le coqueteaba de lejos pero el experimento de los marcianos había sido un fracaso. Y otras formas de vida más avanzadas que la humana le parecían arrogantes, formas grises alargadas o verdes y viscosos reptilianos.  En definitiva, era mejor soportar la estupidez humana que sufrir por unas serpientes con patas que se creían más inteligentes. Algo en el fondo le recordaba una mala experiencia con las serpientes que hablan. Pero era un recuerdo ya lejano y borroso. Se sentía cansado. Las ideas se agolpaban sin orden, sin secuencia. Pero otra voz se semejante al gorjeo de las palomas (ese era el espíritu santo) en el hueco de su mente vacía le gritaba. Pero que te detiene, señor. Y haciendo un esfuerzo en recordar otros días más luminosos, como quien mira una fotografía vieja. Al principio azorado, después con más firmeza dijo: “porque me parece que en las salas de los aeropuertos todavía hay oraciones sinceras, porque el dolor de los abuelos en los hospitales me parece más real que las palabras de los pastores mentirosos. Porque me conmueve el llanto de los bebés recién nacidos y sobre todo el sollozos de las mujeres enamoradas. Tengo la cabeza confundida pero mi corazón todavía funciona. La alegría de un niño pelirrojo, la sonrisa sin dientes de una bisabuela, la fortaleza de una madre que soporta todo. Tantas cosas sencillas y los locos, quien mejor para entenderlos”.  Como un viejo león peleando contra jóvenes hienas, los nuevos dioses le arrebataban las fuerzas. Ya el ser humano adoraba a otros dioses extraños. El dinero en forma de becerro de oro, la avaricia en forma de la boca hirviendo de un Moloch que devoraba el futuro. Ya sin dientes, con las garras partidas como un viejo júpiter, peleaba entre las sombras contra los dioses germanos. Gritaba solo, y no había nadie….   

 

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