Y si Dios sufriera de Alzheimer. Por Juan Carlos viera.
Si por una extraña razón que
desconociéramos, por un tenue hastío que se va anidando en su mente, Dios
estuviera ya cansado de todo. El universal, el absoluto, ese viejo de barba
blanca que fundó y que sostiene el universo entre sus manos se le fueran
olvidando las cosas, lentamente sus recuerdos se le fueran borrando. Supongamos
que fuera cierto como decían las abuelas: “arriba de Dios no vive nadie.” Y si
mezcláramos ese nuevo panteísmo que esboza que Dios es la naturaleza, con las
viejas ideas del idealismo subjetivo de Berkeley que sostiene que “solo existe
Dios” o más preciso: “que fuera de la mente de Dios no existe nada”. Esas son
las inquietudes que me asaltan por estos días de auto confinamiento. Presumamos que siguiéramos este enredado
silogismo. Si todo Es Dios o mejor la
naturaleza es Divina y si la naturaleza está enferma. Por consecuencia
concluiríamos que el mismo Dios esta indispuesto. Si todos los seres humanos
que existen o que han existido habitamos únicamente o exclusivamente la mente
Divina. Conociendo la condición humana, si es verdad que todos somos creados a
semejanza suya. Concluiríamos al final que Dios está mal de la cabeza.
Las oraciones estériles de las
monjas y sacerdotes le parecerían a Dios como dolorosas migrañas. Se mostraría
el señor aturdido, confuso, irritable. Alzaría su voz en forma de tormentas
eléctricas y su llanto se derramaría en inundaciones. Estaría la mayoría de las
veces confundido, con su mirada perdida en otros universos. Sería una terrible
paradoja que durante veinte siglos la humanidad que le dio la espalda a sus
acciones se viera ahora en este tiempo, el hombre destinado a su olvido. Y si
volviera a empezar… pensaba. Arrancar de nuevo… Una voz extraña en su interior
(uno que decía ser su hijo le reclamaba). No señor es que ya no recuerdas el
quilombo del diluvio. Ya estaba muy
viejo para esas travesuras. Y si les doy otra oportunidad… susurro. Ni hablar
Yo no voy a volver a bajar allá a perder el tiempo. La idea de otros planetas
le coqueteaba de lejos pero el experimento de los marcianos había sido un
fracaso. Y otras formas de vida más avanzadas que la humana le parecían
arrogantes, formas grises alargadas o verdes y viscosos reptilianos. En definitiva, era mejor soportar la
estupidez humana que sufrir por unas serpientes con patas que se creían más
inteligentes. Algo en el fondo le recordaba una mala experiencia con las serpientes
que hablan. Pero era un recuerdo ya lejano y borroso. Se sentía cansado. Las
ideas se agolpaban sin orden, sin secuencia. Pero otra voz se semejante al
gorjeo de las palomas (ese era el espíritu santo) en el hueco de su mente vacía
le gritaba. Pero que te detiene, señor. Y haciendo un esfuerzo en recordar
otros días más luminosos, como quien mira una fotografía vieja. Al principio
azorado, después con más firmeza dijo: “porque me parece que en las salas de
los aeropuertos todavía hay oraciones sinceras, porque el dolor de los abuelos
en los hospitales me parece más real que las palabras de los pastores
mentirosos. Porque me conmueve el llanto de los bebés recién nacidos y sobre
todo el sollozos de las mujeres enamoradas. Tengo la cabeza confundida pero mi
corazón todavía funciona. La alegría de un niño pelirrojo, la sonrisa sin
dientes de una bisabuela, la fortaleza de una madre que soporta todo. Tantas
cosas sencillas y los locos, quien mejor para entenderlos”. Como un viejo león peleando contra jóvenes hienas,
los nuevos dioses le arrebataban las fuerzas. Ya el ser humano adoraba a otros
dioses extraños. El dinero en forma de becerro de oro, la avaricia en forma de
la boca hirviendo de un Moloch que devoraba el futuro. Ya sin dientes, con las
garras partidas como un viejo júpiter, peleaba entre las sombras contra los
dioses germanos. Gritaba solo, y no había nadie….
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