lunes, 16 de noviembre de 2020

 GLOSA A LA OBRA EN EL NOMBRE DE LA ROSA DE HUMBERTO ECO 

 

Obra que encaja muy bien dentro del carácter de las disciplinas de Humberto Eco.  Construida para efectuar una experiencia de semiología.  Es toda ella un gran tratado de interpretación de signos, bajo condiciones específicas, para llegar a conclusiones ciertas. La novela, aunque se refiere a unos hechos criminales que culminan con un Apocalipsis, y que son casi el pretexto para que el autor realice una sugestiva innovación en la que sabe ensamblar, la crónica lineal, suelta, sin ningún aparente artificio, con la novela de suspenso, el testimonio de intrincadas diatribas medievales; por todo ello no alcanza a convertirse en una curiosa novela policíaca, erudita, sin más. La extrapolación de un género moderno referido a una época tan distante, el tratamiento “Sherloholmiano” (a la Conan Doyle) a una abadía benedictina del siglo XIV, hacen de ella una obra exquisita, clásica.  Pero es algo mas que eso.  Esta es una de sus variadas y ricas facetas que bastaría por sí sola para hacer de ella una obra fresca, y de palpitante vigencia, por la reconstrucción de un sistema antiquísimo, saturado de todas las angustias temores, de las luchas propias de los estertores del Medio Evo e inicios del Renacimiento, tiene una pasmosa afinidad con nuestros temores y pasiones con nuestras aspiraciones y nuestros vicios.

 

Las enconadas discusiones de la Edad Media, en la que subyacen irreconciliables intereses económicos: La pobreza de los mendicantes, los Fraticelli –frente a la riqueza del papado.  El poder terrenal del papa y la autoridad del emperador.  Dualismo desgarrador en el que se debaten las conciencias, de los fieles y gobernados, antagonismos de autoridades: temporal y espiritual; y finalmente el triunfo de una de ellas que nunca debió haberse constituido en poder temporal. No es propiamente lo detectivesco lo más específico ni es la característica que particularmente la emparente con nuestra época.  Es más bien el pretexto para meternos en el campo de una Semiología-vivencial. El autor no introduce por un laberinto de observaciones, indagaciones, pesquisas, que nos van aclarando los hechos hasta obtener la certeza; tiene una sugestión cautivante desde su preludio inicial con el cual nos presenta la obra –recurso maravilloso que forma parte de  una  intriga de la que nunca queda uno “curado” pues si bien es cierto, los hechos se esclarecen al final, la intriga total queda vigente con la pérdida de los manuscritos iniciales, su autenticidad y el proceso de reconstrucción de los mismos o del monje (que fueron quienes motivaron la obra). Se trata de un monje detective que va reuniendo pacientemente sus datos y observaciones, o de un semiólogo de los signos externos, verbales, gestuales...?Guillermo de Basquervill, va acabando todos y cada uno de los signos fragmentarios, hasta componer un retablo armónico perfectamente comprensible en el que partes y todo se explican y se cohesionan como en un rompecabezas resuelto, pero sobre el cual deja gravitando una pregunta ¿será cierto?- Como buen maestro que es, nos va llenando pacientemente de la mano por ese intrincado laberinto, simbolizado en la torre.

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