El libro de la memoria. Por juan Carlos Viera.
La
memoria de la familia se basa en las historias que contaban mis abuelas.
Rosalía o Efigenia. Unas mujeres descalzas, con trenzas que caían sobre sus
hombros, que tenían toda la sabiduría de los ancestros indígenas sin haber terminado
nunca la primaria y muchas veces sin saber escribir. Esas historias de amores y
odios. De enormes sacrificios o de ocultos amores. Se pasaban de una generación
a otra a modo de historias o cuentos que a ratos cambiaban de curso dependiendo
de quién los narrara a los nuevos descendientes. Muchas veces contadas con
alegría a modo de anécdotas alrededor de la mesa o en un paseo de familia en el
rio con olla y todo o la mayoría de las veces las relataba mi madre o mi tía
abuela con lágrimas en sus ojos frente al crepitar de una vela junto a un
féretro en una larga noche en la velación de un ser querido.
En tiempos más modernos esa
memoria colectiva de nuestra familia quedaba consignada en el registro de un
viejo álbum de fotos sepias, amarillentas y borrosas. En unos tonos ocres, que
iban tomando forma o perdiéndola dependiendo de la época en que fueran tomados
los retratos en la antigua cámara analógica de la tía Melba. La historia
escrita, la de ahora, ya no camina descalza si no en puntiagudos tacones, con
faldas plisadas y cabellos arreglados como de jóvenes ejecutivas o abuelas
abogadas. Le toca ahora a nuestros
futuros descendientes escribir con una pluma firme en este libro de la memoria.
Los más chicos de la familia aun no tienen suficientes recuerdos y los más
viejos ya han empezado a olvidar los suyos. Estoy pues como una temblorosa hoja
en blanco en este gran libro de la memoria. Tratando de recuperar las viejas
fotos de este viejo libro de la memoria. Me aferro a cada sutil recuerdo,
vuelvo a escuchar cada vieja historia. Pego con cariño las fotos de lo que ha
sido mi vida y siento miedo que el tiempo y el olvido se lo lleven todo.
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