martes, 17 de noviembre de 2020

 

GLOSA A LA OBRA: EL ELOGIO DE LA MADRASTRA DE MARIO VARGAS LLOSA

                                                                                                      

Reposaba agazapada entre otros anónimos libros en el viejo estante, a la espera de ser leídos, aguardando esa imperceptible orden interior: “el  abra cadabra” mágico, que me pusiera en contacto con su secreto mundo de incógnitas, guardadas allí en sus líneas, la pequeña obra de Vargas Llosa, de impecable factura, con su aire de aristócrata en medio de una multitud de desgarbados y viejos textos, cuyo titulo oscila entre lo pérfido y lo sublime.

 

 Contiene toda la fascinación del enigma que sugiere la extraña asociación tradicionalmente referida a las madrastras como estereotipos de retorcidas intenciones, de acciones malvadas contra sus hijastras: asociación que obedece a esa carga cultural que nos han creado las literaturas infantiles con las que alimentamos la imaginación de la infancia. Establecía la curiosa relación con ese otro histórico elogio que había hecho Erasmo de Rótterdam sobre la locura y con Cervantes en su inmortal Quijote al elogiar, no la locura de un protagonista demente en su pretensión de salvar al mundo, devolviéndolo al pasado, sino la inteligencia para demostrar la magna estulticia de pretender buscar la justicia, la equidad con medios inadecuados.

 

Fueron esos entre otros, algunos de los motivos que en definitiva impulsaron la decisión por su lectura. Se sumaba a ello esa poderosa atracción que ejerce la prosa del escritor peruano, tradicionalmente despojada de artificios, de grandes recursos lingüísticos, de metáforas barrocas e imaginación desbordada. Una prosa que atrapa en la sequedad de su factura, como la de aquellos buenos vinos que no empalagan al paladar; contrapuesta a las prosas también amenas en su momento, como las muy exquisitas de Asturias, de Alejo Carpentier recargada de arabescos, ola del mismo García Márquez, excitante y tropical.

 

Era un alto en el camino, para variar de estilo, por otro bien diferente, como el de Llosa, austero, casi militar de su época juvenil, como los “cachorros”de estilo espartano o el de la ciudad y los perros o el de “la casa verde”. Cambio de estilo que de vez en cuando, permite percibir todo el deleite que subyace en esa soberbia construcción metódica de la palabra, como el ensamble de un “bricolaje” en el que nada sobra, nada falta. Múltiples sugerencias que no se agotan en sus bien esculpidas 198 paginas, que componen el singular texto en el que es tan fundamental lo literario como lo pictórico. 

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