Bienvenidos “-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza. -¿Por qué? -Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza. -Cierto. -No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.” (Platón)
domingo, 31 de mayo de 2020
Una fábula sobre el colegio de las aves religiosas.
Una fábula sobre el colegio de las aves religiosas.
Hace ya muchos días, no sé en realidad cuantos. En medio del enorme bullicio de todas las aves, con sus estridentes cantos, sus bulliciosos trinos y sus alegres gorjeos. A un grupo pequeño de estos pájaros, los llamados paseriformes, las minas o graculas del Himalaya les dio por armar su propio colegio. Tal vez fue por su origen geográfico en el sudeste asiático. Puesto que de allí surgieron las grandes religiones o su color negro de un oscuro casi clerical como de triste convento. A lo mejor sería por su extraña habilidad para imitar voces, como si de gente fuera. Se llamaron a sí mismas religiosas. Así pues manos a la obra se pusieron en la mitad del bosque a llamar a todas las aves para recibir alumnos. Pero como comenzar con amplia cobertura, privilegiando la diversidad, garantizando la inclusión, pero sin perder el mando. Lo primero es un nombre y después un eslogan. “Aquí podrás ser diferente, siempre y cuando hagas lo que aquí se diga”.
Así acudieron aves de todos los rincones de la tierra, unos pequeños pajarracos estudiar la forma correcta de ser un ave decorosa, y otros a enseñar las viejas pautas para salir volando. Así poco apoco se armó un uniforme para todos que ocultara todas sus coloridas plumas, y un parvo bozal para los distintos picos, para evitar los trinos des armónicos y un estricto manual de cómo ser una buena ave. Y en la primera clase había como requisito había que cortarles las pequeñas alas.
Los infiernos de Polietileno.
Antes las ciudades eran selvas de hormigón armado. Con enormes arboles sin ramas conectados por cables. Las calles grises, con la triste tonalidad del cemento. Ahora las islas son de plástico. Abrumadores continentes de basura toxica que flotan en el océano pacifico. Giran lentamente en pequeños círculos, arrastrados por el viento o por las olas. Vórtices de desechos que el hombre olvida. “Estos grandes remolinos de desechos en el centro del océano, están localizados entre las coordenadas 135° a 155°O y 35° a 42°N2. Su superficie se estima entre 710 000 km² y 17 000 000 km² según el criterio que se adopte en relación con la concentración de elementos de plástico que se fija como umbral para su definición geográfica.”
El plástico nos rodea por todas partes, como la boca negra y grande de una cueva. De material sintético es la silla en la que estoy sentado. De un blanco hospital es el vaso en el que tomo un tinto. Si miro hacia el techo de la casa; está adornado por unos paneles de Icopor pintado para no parecer tan muerto. A los lados las paredes prefabricadas y delgadas. De plástico y sus derivados están construidos todos los productos: las bolsas de basura, las botellas de agua. De silicona están hechos los senos de algunas mujeres, y también sus nalgas. De carbono las bicicletas y lo peor del mundo, ya los carros no son del acero tan templado y duradero de Atlanta, son también hechos de la unión infinita de pequeños filamentos de fibras de carbono.
Todo en esta sociedad es desechable como los condones que también son de un grosero látex arrojado al suelo. Ni los corazones se salvan, puesto que algunos ya llevan un dispositivo cuyo objetivo es mantener la frecuencia cardíaca, que es un marcapaso, también hecho de un sofisticado plástico sintético. A este paso de consumismo frenético y voraz en todos los océanos solo quedaran tiburones de espuma y paticos amarillos de goma como en las bañeras. En una triste paradoja, si en un futuro cercano o lejano la humanidad se extinguiera, seguirían flotando en estos mares muertos estos horribles despojos y se demorarían en disolverse cientos de años. Un testigo mudo y estúpido de nuestro devastador peregrinar por el mundo.
Quien se imaginaria por allá en 1860, cuando se ofreció un gran premio para quien pudiera sustituir el marfil de los elefantes para fabricar bolas en las mesas de los billares y el señor John Hyatt, El vencedor, quien inventó el celuloide. Que inmediatamente el primer plástico tuviera sus inicios en Estados Unidos, que después de más o menos 160 años estaríamos viviendo en un infierno de plástico sin calor y sin llamas. Entonces en conclusión, un pequeño virus, verde, redondo, con pequeñas antenas. Que es como algunos se imaginan a este bicho nuevo es de todos, el menor de nuestros males.
Juan Carlos Viera
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